Miseria del discurso

Hoy son pocos los políticos que se atreven a opinar sobre cualquier tema sin tener a la mano un estudio de opinión...

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Aunque algunos definen la democracia como el sistema que pugna por la participación de la gente en la toma de las decisiones más importantes para la colectividad, lo cierto es que en la brega diaria de la contienda electoral para obtener el poder, aquélla puede reducirse a la obtención de votos. Por eso cobran relevancia las técnicas para convencer a la gente a cualquier costo, a través de la propaganda de aire, con los medios, o de tierra, la organización en el territorio  de comités electorales.

De ahí que cada vez pueda parecer menos relevante la ideología de los partidos  políticos, ese conjunto de ideas más o menos sistematizado que define sus objetivos y sus intenciones, lo que a fin de cuentas justifica la descarnada lucha por el poder y que da estructura a sus programas y discursos.

La ventaja de las posiciones centristas sobre las extremistas, de ambos lados del espectro, para obtener el consenso, ha originado por un lado la pérdida de identidad de los partidos y por el otro la proliferación de políticos sin discurso, que no dicen nada.

Porque hoy son pocos los políticos que se atreven a opinar sobre cualquier tema sin tener a la mano un estudio de opinión, para repetir lo que dicen las encuestas. Y, en campaña, no faltan los que recitan discursos a modo conforme al auditorio, sin importarles caer en contradicciones.

Hemos topado con un discurso parejo, por plano, de todos los partidos políticos,  con tintes moraloides,  donde se reconoce que el principal, si no el único, problema es la corrupción y que su solución no depende de otra cosa que la  de escoger a un individuo de características personales impolutas, sin plantear un programa serio para combatirla. 

Un discurso premaquiavélico, para menores de edad, donde se exige a la gente no opinar de política, es decir de la orientación y asignación del gasto público, sino dejarla en manos de los expertos: los políticos y sus partidos, lo que ha dado lugar a la partidocracia, donde el cabildeo y la repartición del botín se encargan de planchar nuestra vida institucional.

Así la discusión está en otro lado, ajena a los temas que interesan a la gente, salvo en lo que se refiere a cuestiones electorales, donde promueven normas y reformas para sacar ventaja para su causa y obstruir el ascenso de los contrarios.

Como en el caso de AMLO que, dando al PRI por muerto y con el objeto de desprestigiar a los que considera sus principales contendientes, que pueden llegar a disputarle con ventaja el nicho de los indignados, no pierde la oportunidad de despotricar contra el “Bronco” y contra Margarita Zavala, exponiendo sus debilidades jurásicas y machistas al negarle a la mujer las capacidades que ha demostrado en su carrera política, que le han generado la popularidad que reflejan las encuestas.

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