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Jesús, en la cruz, apunto de expirar, no se olvidó de nadie, mucho menos de su madre. Al verla le dijo mirando a Juan su discípulo amado, que su madre también era de él, y a ella le dijo que él era también su hijo (Juan 19, 26).

Este pasaje del Evangelio de San Juan nos llena de esperanza a los católicos y a todo aquel que quiera adoptar a María como su madre, pues a partir de este momento nadie tendría que sentirse huérfano: María es madre para todas las generaciones y todas las naciones.

¿Quién no querría tener como madre a alguien como María? Por lo que sabemos de la Biblia, de ella se desprenden innumerables virtudes, siendo una de las más características de su persona la humildad, pero también el servicio, la escucha, la generosidad, la prudencia, la congruencia, la bondad, la fidelidad y el agradecimiento, entre muchas otras. En las diversas ocasiones en las que María ha irrumpido en nuestra historia nos deja ver que sigue siendo la misma que crió a Jesús de pequeño y que nos cuida también a nosotros con especial devoción y dedicación.

María, estando embarazada, decide ponerse en marcha para ir a ayudar a su prima Isabel quien también estaba embarazada pese a su edad, y con ello nos enseñó que para ayudar a otros sólo hay que atender y estar alertas a sus necesidades.

Atenta a los detalles, como siempre, también pudo advertir en Caná que a los novios les hacía falta vino, por lo que pidió a su hijo que se adelantara a los designios de su Padre para convertir el agua en vino; con ello nos enseña también su gran poder de intercesión del que siempre podemos echar mano con la oración confiada a la voluntad de Dios.

En 1531, en el acontecimiento del Tepeyac, María de Guadalupe le refrendaba a Juan Diego su poderosa maternidad cuando le dijo: “¿No estoy yo aquí que soy tu madre?, “¿No estás bajo mi sombra y resguardo?”. Como buena madre protectora de sus hijos, nos ofrece el consuelo y la seguridad de su cuidado, y porque nos conoce sabe lo que hay en nuestros corazones y nuestros más profundos anhelos.

Se ha mostrado al mundo como una madre compasiva, dispuesta a remediar nuestras penas y dolores, tal como se lo ofreciera a Juan Diego en aquella ocasión.

Más adelante, en Portugal, en 1917, de nuevo vuelve a irrumpir en nuestra historia y esta vez para darnos una receta infalible para alcanzar la paz, toda vez que sus hijos se muestran muy apartados del camino del bien, por lo que intenta amorosamente acercarnos nuevamente a aquellas acciones que nos edifiquen y nos hagan crecer como personas. La invitación hecha a los pequeños Francisco, Lucía y Jacinta en Fátima es que recen el Rosario todos los días y lo recen bien, y como buena madre lo hace con toda paciencia, tomándose el tiempo para ir enseñándoles el valor de la oración, el sacrificio, la intercesión en lecciones que les fue dando a conocer mes por mes para crecer en el camino de la fe con la pedagogía que una buena madre sabe aplicar a los hijos.

Quienes a Ella nos hemos acogido en las más diversas ocasiones de nuestra vida, podemos decir que hemos experimentado la ternura de una madre que nos acompaña siempre, que está dispuesta a salvarnos de las situaciones peligrosas que se nos presentan y que quiere para nosotros solamente lo mejor, llevándonos por el camino más rápido para llegar al cielo, invitándonos a seguir el camino de su hijo Jesús.

Quienes somos mamás sabemos que como seres humanos cometemos muchos errores y que ser madre no es nada fácil, pero si contemplamos a María, la madre de Jesús, se nos abre una invitación para imitar sus virtudes, sin duda tendremos un referente que al menos nos acercará a vivir una maternidad en plenitud tratando siempre de potenciar los talentos de nuestros hijos para hacer de ellos mejores personas.

¡Feliz día a todas las mamás! 

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