Experiencia vivida en un transporte colectivo

Hortensia Rivera Baños: Experiencia vivida en un transporte colectivo.

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Hace unos días tuve la oportunidad de viajar en el transporte colectivo. Incluirse en el colectivo de personas que pueden abordar: jóvenes, niños, ancianos, adultos, personas con capacidades diferentes -en esta lista me incluyo como parte de ese colectivo y es un privilegio-.

Las cosas han cambiado, es verdad. La tecnología llegó para quedarse y nos debería beneficiar a todos, incluido al chofer. No debemos olvidar que no somos máquinas, si bien es cierto la tecnología nos beneficia, hay cosas irremplazables que nos siguen dejando la etiqueta de vulnerables ante ciertas circunstancias, como son: las horas de trabajo que tienen que soportar los choferes sentados al volante, viendo pasar cientos de personas; cálidas, amables, molestas, distraídas, locos y cuerdos, las mismas calles y junto con ellas cientos de vehículos que viven instalados en el recinto de las prisas y suelen manejar a alta velocidad, olvidando la precaución. Esta postal de las prisas sigue siendo parte de la vida cotidiana del ser humano y es protagonista de accidentes que diariamente suceden en las grandes metrópolis. Y si estos obreros del volante tienen la mala fortuna de padecer alguna enfermedad relacionada con la espalda, con los riñones o vaya usted a saber, necesitan priorizar su salud y comodidad en las horas de trabajo.

Muchas veces nos sentamos a juzgar a los choferes del transporte colectivo, su manera en que nos tratan o la poca información que nos dan a la hora de abordar su unidad. Sin embargo, si la empatía fuera parte de nuestra rutina cotidiana, estaríamos hablando de la posibilidad de evitar enfrentamientos con los choferes de los distintos medios de transporte, ya que los niveles de estrés que manejan estos trabajadores son altísimos. Sí, estamos de acuerdo que la capacitación debe ser parte de la vida laboral de las distintas profesiones. Pero el trato con la gente es una constelación de temperamentos, y sumado con el descabellado tráfico vial que últimamente se vive en la ciudad de Mérida, desembocamos en un laberinto de caracteres, de humores y locuras del gentío que aborda el transporte urbano. No olvidemos que el que conduce sigue siendo un ser humano común y corriente.

Por otro lado, estos hombres también tienen sus necesidades fisiológicas. Necesidades que muchas veces tiene que saciar en cualquier baño que esté cerca de su ruta. Es aquí cuando empiezan los problemas, la gente se impacienta y se vuelve un caos dentro de la unidad que no avanza y los tiempos de los pasajeros ya no cuadran con los checadores de las oficinas o con algún examen, o simplemente con la maniática forma de no empatizar con el desafortunado chofer que tuvo que ir al baño.

¿Y qué me dicen de esas personas que no han dejado esas antiguas malas mañas a la hora de abordar un medio de transporte? Tristemente siguen a la orden del día los carteristas, exhibicionistas, o el clásico hombre que manosea a alguna jovencita. Pero los tiempos son otros. Afortunadamente la gente ya no se queda callada, ahora tratan de exhibir al agresor, de todas las maneras posibles. Sí, los tiempos son otros y la tecnología del transporte público debe ser una herramienta que nos dé comodidad y seguridad, sin embargo, me quedo reflexionando: ¿somos lo suficientemente empáticos para calzar los zapatos de un trabajador del volante?

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