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Una de las experiencias que también es un privilegio para el ser humano es viajar. Conocer tierras, lugares, costumbres y formas de vida ajenas a su cotidianeidad. Salir de ese espacio conocido para aventurarse a terrenos lejanos donde la vida es tan diferente a la propia.

Hace unos días estuve en Cuba; una de esas oportunidades que desaprovechar hubiera sido una locura. Una experiencia inolvidable que no sólo me llevo de paseo por un paraíso tropical, sino que me hizo conocer su historia y a su gente.

Cuba es un edén; una isla llena de tesoros naturales que a la vista del turista son una maravilla sin comparación, una fantasía de película que no puede vivirse sin la sombra de la realidad cubana. Sin duda alguna este maravilloso país tiene muchísimo para ofrecerle al turismo; desde paisajes espectaculares hasta ostentosos hoteles en los que al poner un pie adentro pierdes la noción de donde te encuentras. Sus playas paradisiacas con tanta vida en su virginidad, sus aguas cristalinas.

Y ni que decir de la gente; cálida, alegre, con música en la sangre, sonrisas contagiosas y cordiales. No hay cubano que te reciba con frialdad. Pero ¿acaso como un visitante deberíamos poder olvidar la realidad detrás de esa fiesta que como turista vivimos todos los días de estancia en Cuba?

La fantasía del turista enmascara la dura realidad de los cubanos que día a día intentan hacer de nuestra estancia un momento inolvidable. Conectar con la gente y escuchar de sus propias bocas lo dura que es la vida ahí; no le quita goce a la visita, sino que la hace más tangible, más cercana, más vívida.

“El cubano vive del invento”, me dijo un bartender que durante la madrugada me hizo un café en Remedios. “Qué maravilloso ha de ser ejercer tu profesión”, nos comentó otro mientras platicábamos con él tomando una cerveza en Playa Girón. Uno más nos pidió dulces para llevarle a su hijo y entre todas las anécdotas, que en confianza nos compartieron, pude apreciar la realidad detrás de mi ilusión vacacional.

Esa realidad me enfrentó al concepto que tenía de Cuba de otros turistas que la habían visitado, pero no habían logrado conectar. Los cubanos no viven, sobreviven. Sobreviven a una moneda devaluada que no vale más que una hoja de papel cualquiera, a alimentos limitados y contabilizados, a un sistema de salud que a pesar de tener excelente personal carece de medicamentos e insumos para brindar los servicios necesarios.

El cubano sobrevive al hoy, no puede pensar en el mañana porque en el futuro no saben si habrá o qué es lo que habrá.

Poder conectar con Cuba desde la realidad de un cubano y de cómo vive su país; su enojo, su frustración, sus ganas de expandir sus horizontes hizo de este viaje una experiencia humana que sin duda alguna tiene muchísimo más valor que sólo visitar ese hermoso país congelado en el tiempo.

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