Un abrazo, querida Purificación

Le pregunté si pediría licencia. Convencida de que no había incurrido en un conflicto de interés, dijo que no.

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Ella quería hacer entrevistas “duras” en una televisora donde yo tomaba decisiones, pero por shakesperianos motivos terminó co-conduciendo con nosotros un programa de radio. Cuando llegó estaba en la lona. La vimos sufrir. Y recuperarse hasta proyectarse a una diputación federal en 2012. Nada que reprocharle en esos 30 meses de colegas. Al contrario.

Jamás la vi con los ojos llorosos, hasta ayer por la mañana. Me están linchando, me dijo antes de entrar al estudio. Le sugerí que jalara aire y no dejara que las cámaras la mostraran devastada. Lo único que podía sugerirle.

Cuando estaba más tranquila y sorbía uno de los muchos exprés que seguramente bebió el largo miércoles, le dije que la grabación de sus supuestos negocios cobijados por su curul pegó en su línea de flotación, y que el hundimiento, inexorable, estaba en curso. Sonrió y, en el mejor estilo de la co-conductora, respondió: verás que no.

Le pregunté si pediría licencia. Convencida de que no había incurrido en un conflicto de interés, dijo que no. Le pregunté si se excusaría de participar en la discusión de las leyes de telecomunicaciones. No. Ni aunque te lo pida la dirigencia del PRD. No. Ni aunque te lo pida tu coordinador en la Cámara. No.

Seis horas después, Purificación se tragaba sus palabras y anunciaba que se excusaba de participar en dicha discusión para no enturbiar el proceso de debate. Le pegaron en la línea de flotación y no veo quién le tire una lancha salvavidas.

La amistad es una ley humana muy severa. En la derrota, en la tristeza, un abrazo, querida Purificación.

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