Salario mínimo al Presidente

El gobernador de Ohio, Ted Strickland, tuvo un duro reto: abandonar su estilo de vida plenamente burgués, de capitalista salvaje de verdad, para vivir por una semana con el salario mínimo.

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El gobernador de Ohio, Ted Strickland, que quizá no quiere ser menos que los panistas que están muy preocupados por ser héroes de la clase trabajadora (fue bonito ver al señor Madero reconocer que el salario mínimo no ayuda mucho al proletariado sin cabeza), tuvo un duro reto: abandonar su estilo de vida plenamente burgués, de capitalista salvaje de verdad, para vivir por una semana con el salario mínimo. La experiencia, en efecto, no fue un día de campo.

Renunciar a las maravillas de su posición económica, a las prebendas del puesto, fue tremendo, pero la causa lo valía: conocer la experiencia de millones que se las apañan con 290 dólares y trasmitirla a esos políticos de Washington que habitan como él lo ha denominado, en una burbuja. ¿Y para qué? Para que la campaña Live the Wage surta efecto, se genere conciencia y eleven el salario a niveles humanos.

Esto a partir del descubrimiento casi mágico (a lo mejor Mr. Ted se metió una sobredosis de canciones de Bruce Springsteen) de que la masa trabajadora no se puede desarrollar si se le explota sin piedad. Digo, esto ya lo había detectado Espartaco y mucho más tarde Marx, pero como sus teorías fueron vistas como un peligro para la acumulación originaria de capital  y producto del pensamiento mágico, fueron condenadas por los choznos de los Chicago boys, los fans de Gordon Gekko (“la avaricia es buena”, decía) y los aspirantes a niños lobo de Wall Street.

Quizá la Comisión Nacional de Salarios Mínimos, una de las Instituciones más dinámicas que ha logrado burocratizar la lucha de clases, debería de organizar ejercicios como el de Strickland: convocar a políticos a un Big Brother del salario del miedo que se llame como ese viejo slogan de los disolutos, “Salario mínimo al presidente para que vea lo que se siente”.

Sabemos que a pesar de ser conocidos por su profundo sentido de la austeridad republicana, no estaría mal que estos se sensibilicen un poco más tratando de sobrevivir con 67.29 pesos diarios como cualquier trabajador.

Incluso La Tuta, que ya no opera, como dice don Monte Alejandro Rubido (quizá porque se la pasa grabando reuniones) y seguro tiene que ayudarse chambeando en una tienda de conveniencia.

O podemos esperar a que rindan frutos las reformas —en algún año en que no vivamos en peligro— para que el salario mínimo sea como el de Suiza y el reality show no sea tan cuesta arriba para nuestro austero zoon politikon que es guapo y de cartón. 

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