Los refugiados

Sean cuales sean las causas de sus desplazamientos, son condenados múltiples: desde la guerra o el hambre que los arrancan de sus lugares.

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Me parecía (quizás era un ingenuo o un pésimo lector de signos políticos) que el Siglo XXI amanecería con buenos augurios.

Con esta esperanza despedí la centuria pasada, llena de guerras, al menos de dos guerras mundiales que nunca acabaron de saldarse y se convirtieron, por el miedo a una conflagración atómica final, en conflictos diversos pero todos sangrientos.

Quizás esperaba con la misma certeza de quienes, con la idea de progreso ascendente que trajo la Ilustración, imaginaron satisfechos un Siglo XX al que la ciencia dotara de sentido humano. Pero ese siglo, hace ahora un poco más de cien años, comenzó con una guerra. La Ilustración sí llegó al Siglo XX para dotar de sentido, pero a los armamentos de guerra no a los humanos. El inicio del Siglo XXI no tenía por qué ser distinto a su antecesor, aunque así lo deseáramos ingenuos o pésimos lectores de signos políticos como yo.

El hecho duro fue la explosión de las Torres Gemelas en Nueva York, en el 11 de septiembre de 2001, y la inmediata declaratoria de una “cruzada” por parte de George Bush y sus magnates petroleros como “respuesta de Occidente” a un Osama Bin Laden que los Estados Unidos habían inventado contra los soviéticos en Afganistán. En fin, siempre la duda de quién disparó primero, si Al Qaeda o los chicos de Bush, nos distrae de las consecuencias de todo lo ocurrido.

Y las consecuencias, hoy, de todo eso ocurrido son los refugiados. Miles de refugiados, en todas partes del mundo.

Aparte de los baños de sangre inocente (me refiero a los bombardeos de todos los bandos contra la población civil) que caracterizan las guerras modernas, éstas han provocado dolorosísimos desplazamientos y una consecuente cantidad de refugiados sin antecedente histórico. 

Los refugiados, sean cuales sean las causas de sus desplazamientos, son condenados múltiples: desde la guerra o el hambre que los arrancan de sus lugares y, tras sufrir la nostalgia de la tierra abandonada, las grandes dificultades para llevarse a la boca “el duro pan del exilio” (como decía León Felipe) hasta enfrentar cotidianamente los ataques en múltiples ocasiones también sangrientos de unos fascistas que van desde los neonazis europeos hasta el Donald Trump yanqui y la “basura blanca” a la que inspira. La tragedia de los refugiados duele a cualquiera que se llame humano.

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