Presiones digitales

Dice un viejo y conocido dicho que, cuando se piense igual que la mayoría, lo mejor es detenerse y ponerse a pensar...

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Dice un viejo y conocido dicho que, cuando se piense igual que la mayoría, lo mejor es detenerse y ponerse a pensar. 

La presión, la popularidad y el qué dirán, representan los tres caballeros del Apocalipsis de las redes sociales, que a la larga, terminaran por inhibir su potencial. Como cualquier equipo de telefonía celular o de cómputo, las preguntas más esenciales son las que nadie sabe responder: ¿para qué quiero estar en ellas?, ¿de qué me van a servir? 

Desde que Twitter comenzó a sonar en los medios tradicionales como una opción "inteligente" para llevar una vida en la web, se gestó dentro de la psique social la necesidad de tener una cuenta, de "hablar" en ciento cuarenta caracteres y entrar así en la "onda" de internet, presionados por la moda y sin saber en qué usar la plataforma. 

Facebook es por mucho la más popular de las redes sociales, la más fácil de entender y al mismo tiempo, la más complicada de controlar. "Pásame tu 'face'", se ha convertido en una frase que a poco está por desbancar al "pásame tu número". Su uso global invita a los escépticos, por lo menos, a probarla o tener una cuenta oculta de las búsquedas para poder contactar gente o negocios con más exactitud que llamar por teléfono o incluso, acudir al lugar. 

Junto a la presión y a la popularidad, colocamos a "el qué dirán", y la red social que mejor ejemplifica esto es Instagram, epítome de las "selfies", la comida y las fotografías en los probadores de ropa. Aquí, más que en Twitter y Facebook, sus usuarios esperan ansiosos la respuesta de sus seguidores, deseosos de saber qué dirán, comentarán y cuántos "likes" obtendrán: en suma, se alimentan del comentario ajeno. 

"¿Qué dirán si no me someto a la presión de la popularidad?". Bajo esta sencilla pregunta se mueve el mundo en estos días. No hay persona o negocio que no vea en las redes sociales un elemento que "deben tener" en sus vidas, para sentirse ad hoc con el mundo, hecho que en sí mismo no es del todo malo, pues estas plataformas de conexión demuestran día a día su utilidad, sin embargo, esto sólo ocurre cuando el humano detrás del avatar sabe lo que quiere. 

Caer en las marismas de internet, guiados por la presión, popularidad y opinión de los demás, representa el fin mismo de las redes sociales y de la propia web. Forzados por la "manada", el usuario perderá el rumbo que internet puede darle a sus capacidades personales, y esto sucede cuando, ya sea desde el hogar o la misma escuela, no se clarifican el por qué del uso de las redes.

En textos anteriores llamamos a la responsabilidad social sobre el contenido de internet y a aceptar nuestro papel como usuarios proactivos. Con ello en mente, se recupera su origen social: el intercambio de ideas para crear nuevos conceptos, enriquecidos con la opinión de los demás, situación que también tienen Twitter, Facebook, Instagram, Vine, Periscope y WhatsApp, pero que hoy en día, son víctimas de su popularidad. 

Un mundo enfermo y triste 

Lorenzo Córdova, presidente del Instituto Nacional Electoral (INE), fue víctima de filtraciones por intervención telefónica, que evidenció sus comentarios despectivos tras una reunión con dirigentes indígenas. 

Evidentemente, las redes sociales "estallaron" de indignación y reclamos por discriminación, intolerancia, y uno que otro, pidiendo su renuncia. Lo curioso y que trasciende el mundo virtual, es que: uno, nadie se pregunta cómo, cuándo, dónde y por qué, el presidente del INE tiene su teléfono intervenido; dos, los comentarios de Lorenzo Córdova, si bien bastantes groseros e inoportunos, no son ni la mínima parte de lo que dentro y fuera de red se dice sobre las etnias mexicanas; y tres, que en estos tiempos tan digitalizados, todos defendemos nuestro derecho a la privacidad y despotricamos contra las escuchas ilegales... hasta que llegue el momento de linchar al vecino o a un funcionario.

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