Pacientes, mentores del doctor

Si bien la mayoría del tiempo nos encargamos de devolver la salud a los enfermos, éstos mismos, a través de sus relatos, se convierten en nuestros médicos.

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Esa tarde lluviosa de finales de julio, un evento profesional cambió el rumbo que  circunstancialmente  tomaba las riendas de mi vida. La diáfana mirada de Mónica y el brillo en sus ojos al llegar a la reunión de pacientes reumáticos me hicieron reflexionar sobre cuán importante es la labor de un profesional de la salud, más allá de la prescripción de un medicamento.

Todavía recuerdo aquel semblante acongojado, triste y con pocas ilusiones de la primera visita al consultorio. Su problema de artritis, la lejanía de su terruño y la carencia de alicientes se habían convertido en pesada losa del irrefrenable devenir.

Aprovechando que aún no llegaban todos los invitados, le pregunté sobre la  evolución de su enfermedad, encontrando como respuesta aquella sonrisa cautivadora que sólo se interrumpía cuando narraba de forma pormenorizada y con lujo de detalles el giro que había tomado su vida. Ilusionada me decía cuánto mejoraba su función. Me confesó que, más allá de la adversidad, se sobreponía valientemente y con entereza a los que antes llamaba obstáculos y ahora fuente de oportunidades. Cuánta enseñanza extraía de una experiencia. 

Contra  lo que muchos piensan, servir al doliente, implica  que prescribirle medicamentos, es entregarlo todo.

Recordemos el bello pasaje del poema de Juan de Dios Peza “Reír llorando”: Si se muere la fe, si huye la calma,/ si sólo abrojos nuestra planta pisa,/ lanza a la faz la tempestad del alma,/ un relámpago triste: la sonrisa.

Sí señores,  sonreír sin importar las malas noches, el cansancio, los problemas personales y sinsabores de los caprichosos,  cambiantes e impositivos lineamientos, dictados por mesiánicos estrategas institucionales.

Cuántas veces con estos ejemplos de vida  reaccionamos y nos damos cuenta  de que, si bien la mayoría del tiempo nos encargamos de devolver la salud a los enfermos, éstos mismos, a través de sus relatos, se convierten en nuestros médicos, en verdaderos alfareros que cambian, perfeccionan y/o devuelven la salud a nuestras mentes y actitudes enfermas. ¿Cuántas veces le agradecemos a la vida el privilegio de poder escuchar, aquilatar y aprovechar tanta sabiduría del paciente, para poner en práctica? ¡No tires en saco roto lo que en bandeja de plata se te ofrece¡: la confianza y la vida. 

Y finalizo con otro pasaje de “Reír llorando”: El carnaval del mundo engaña tanto,/ que las vidas son breves mascaradas;/ aquí aprendemos a reír con llanto/ y también a llorar con carcajadas.

Gracias a cada uno de mis pacientes por sus recetas de sabiduría.

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