No quiero un King’s Cross en la estación del Metro Balderas

Estoy con la propuesta expresada por el presidente Peña Nieto de sumar a México a las fuerzas de paz de la ONU.

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En frío, suena muy bien, solidario, democrático, que México envíe soldados y servidores públicos a reforzar las tareas de paz de las Naciones Unidas. Pero inevitablemente busqué el artículo que Mario Vargas Llosa publicó días después de los atentados de julio de 2005 en Londres. Como en Madrid un año antes, los terroristas eligieron como blanco privilegiado las estaciones de Metro.

“En una estación subterránea, la mortandad puede ser complementada con dosis abrumadoras de pánico, porque, además de hacer correr mucha sangre, el mártir rebozado en explosivos camino al Paraíso consigue el caos, la confusión y el desvarío de la gente común y corriente, además, por supuesto, de una espectacular publicidad”, escribió. “Los cerebros que maquinan estas operaciones funcionan con una lógica implacable, pues el odio inconmensurable que los guía, contrariamente a la creencia de que las pasiones nublan la razón, no está reñido con la inteligencia, con una lucidez helada, luciferina”.

El enemigo global de la paz y la democracia ya no es el anarquista, el comunista, ni siquiera el genocida bananero. En las últimas semanas hemos atestiguado la luciferina consistencia de los terroristas islámicos que decapitan sin discernir entre un soldado y un periodista, un turista y un ser humano.

Estoy con la propuesta expresada por el presidente Peña Nieto de sumar a México a las fuerzas de paz de la ONU. No al costo de un Atocha o un King’s Cross en el Metro Balderas. Nuestros políticos deben pensar muy bien los cómos. Porque las premisas de hace 60, 20, diez años, no son las de hoy. 

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