Los islamistas nos quieren matar por infieles

En Turquía, el señor Erdogan se niega a reconocer el genocidio perpetrado por los turcos en contra de los armenios que poblaban la península de Anatolia.

|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Hay sucesos, tremendos, que las naciones ocultan muy celosamente. Son las vergüenzas que casi todos los pueblos llevan en sus libros de historia y que no están dispuestos a reconocer. En Turquía, el señor Erdogan, que se solaza cada vez más en un discurso abiertamente antisemita para agenciarse los votos que necesita en su campaña presidencial, se niega a reconocer el genocidio perpetrado por los turcos en contra de los armenios que poblaban la península de Anatolia.

Entre 1915 y 1923, los esbirros del Imperio otomano asesinaron a millón y medio de personas, pero las autoridades y la sociedad turca tratan de encubrir, a estas alturas todavía, el hecho de que fue un exterminio deliberado. Stalin mandó matar a millones de ucranianos; pues pregúntenle ustedes ahora a Vladimir Putin qué piensa del asunto. La historia oficial de Corea del Norte no reconoce tampoco los muertos en las purgas e internamientos en campos de concentración que ordenó Kim IlSung.

La lista de atrocidades y crímenes de guerra podría ocupar todo este artículo pero, por razones de espacio, y por no dejar, me permito rematarla con uno de los episodios más negros de la historia de este mismísimo país, a saber, el asesinato de miles de chinos durante los tiempos de la Revolución mexicana, muchos de los cuales perecieron de hambre en la isla María Magdalena, del archipiélago de las Islas Marías, hasta que, en 1934, Lázaro Cárdenas decidiera terminar con está oprobiosa política de persecución y exterminio. Los mexicanos, que nos creemos tan hospitalarios y generosos, hemos sido también un pueblo extremadamente cruel.

Estas reflexiones, bastante deprimentes, tienen el propósito de complementar de alguna manera el pensamiento, formulado ayer en estas líneas, de que a los contendientes en una guerra —hablaba yo concretamente del enfrentamiento entre Israel y las fuerzas de Hamas en Gaza— se les puede asignar una calidad moral a pesar de que incurran en acciones de innegable brutalidad. Después de todo, las fuerzas aliadas que luchaban contra Hitler llevaron a cabo, de manera tan deliberada como inhumana, terroríficos bombardeos para destruir las ciudades alemanas.

Las principales víctimas, ahí, no fueron los soldados de la Wehrmacht sino cientos de miles de civiles. Y Estados Unidos, uno de los paladines mundiales de la democracia, arrojó bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki a sabiendas de que iban a matar a niños y mujeres perfectamente inocentes. 

Pero, en estas circunstancias, ¿podemos seguir haciendo una distinción entre los fascistas y los demócratas? Yo creo que sí. Pertenecen a categorías morales esencialmente distintas. Israel, lo repito, nunca ha declarado manifiestamente el propósito de exterminar a un pueblo. Mientras tanto, los islamistas, en Gaza y en todas partes, anuncian que nos quieren aniquilar a todos los infieles. Ya están matando a muchos cristianos, por si se quieren ustedes enterar. 

Lo más leído

skeleton





skeleton