Extraviada en un abrazo efímero

Esa noche el infierno se abrió para ella, venerando sus stilettos y el corsé ajustado que provocaba que hasta su sombra le abandonara.

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La insolencia de su falda y los gritos del viento revelaron su indiscreta devoción hacia lo efímero, resumida en un liguero y medias de red que entretejían su camino.

Miró sobre su hombro, lanzando un beso a Asmodeo, que impaciente le esperaba saboreándose sus labios entre un laberinto de llamas, mientras ella,  despejando su rostro de niña, susurró: “Aún no, querido” (entre demonios se pueden tutear). Sonrió, con una sonrisa inocente, insolente, impaciente, esclavizando a cada curioso que se cruzaba en su camino.

Esa noche el infierno se abrió para ella, venerando sus stilettos y el corsé ajustado que provocaba que hasta su sombra le abandonara, mientras iba y venía, con sus labios rojos de seda y sus pestañas negras.

La luna avergonzada se escondió entre las nubes a cada paso que ella daba, mientras le miraba buscando entre las sombras alguna mentira, alguna trampa, alguna nueva manía que la liberara, que la acompañara hasta el final de un tango.

Y cada noche se extraviaba un poco más entre brazos ajenos, entre besos ajenos, andaba sin rumbo, sin el peso de sus labios sobre su cuello, sin el peso de su nombre sobre el corazón, sin el peso de él sobre su cuerpo. Andaba perdida, con una indiscreta devoción hacia lo efímero, entre ligueros y medias de red.

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