De lo imaginario en Hernán Lara Zavala

Karla Martínez: De lo imaginario en Hernán Lara Zavala

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El pasado martes 23 de abril se celebró el Día Internacional del Libro y del Derecho de Autor, teniendo como referencia la fecha del fallecimiento de William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra, considerados entre los escritores más importantes de la historia, por lo que los lectores nos tomamos muy enserio tal acontecimiento y lo aprovechamos mediante un gran apapacho a través de las letras.

Mi auto regalo fue “De Zitilchén” (1981), libro de Hernán Lara Zavala, uno de los escritores que más disfruto leer, ya que en él encuentro muchas similitudes del contexto en el que vivo actualmente, y precisamente en esta obra tiene como personaje principal al pueblo de Zitilchén, que es imaginario y se ubica en el Sureste de México.

El libro está compuesto por nueve relatos: “A la caza de iguanas”, “Macho viejo”, “Morris”, “El Beso”, “Un lugar en el Mundo”, “El padre Chel”, “Cuando llegaba el circo”, “En la oscuridad” y “Legado”, los cuales narran de manera detallada y concisa la vida que gira en torno al pueblo, y ponen al descubierto su arquitectura, costumbres, religión, entre otros factores, que hacen que uno como lector se adentre en la realidad de los habitantes de la población, en la que no puede faltar la tiendita de la esquina, la cantina, el borracho famoso, así como el ratero, el párroco de la iglesia, la señora que todo lo sabe y de todo se entera, la muchacha virgen que fue elegida por el dueño de alguna hacienda henequenera, las familias de abolengo. Son los modismos, caracteres y psicología de los personajes lo que hace sustancioso el trabajo de Hernán.

Las referencias a sucesos y anécdotas contadas en el libro, se apegan de manera fiel a la vida que se lleva en Yucatán, así como en varias zonas de Campeche. Las casas descritas con techos de paja, albarradas de piedras, blancas por la cal, y de igual manera los guisos como el puchero, la vestimenta y vegetación, son evocaciones que nos transportan a lo que conocemos. En lo personal y como yucateca, puedo, hasta cierto punto, sentir los olores, la textura, el sabor, el clima caluroso y sofocante de la región, y ahí recae la magia de la pluma del escritor que nos transporta a un viaje al pasado, a la memoria de nuestras raíces, a todo lo que nos antecede y hace de nosotros las personas del presente, en la que cada particularidad de esas costumbres, como rompecabezas, se ha ido impregnando en nuestra esencia:

“A medida que uno va adentrándose en el pueblo se divisan las primeras casas de mampostería ... Al fondo se abre una inmensa explanada cubierta de zacate en uno de cuyos extremos, a un costado de la iglesia con su amplio atrio amurallado, se levanta el antiguo convento, ahora convertido en escuela, tensado con amplios y frescos arcos. El reloj de la torre, lento y sórdido, cuenta los minutos de vida del pueblo y mira indiferente hacia la plaza, tres de cuyos costados llaman la atención por los fastuosos vestigios de las residencias que los ocupan: son las casas de los Amaro, de los Negrón y de los Baqueiro” (P.99).

Se puede notar en el autor un vasto conocimiento de la vida peninsular, que gracias a sus padres de origen campechano y yucateco, le fueron inculcando y que fue adoptando como parte de su estilo narrativo.

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