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Desde los principios de la existencia, el ser humano ha buscado espacios en los que pueda encontrarse con quienes, como él, andan en busca no sólo de entablar una comunicación, sino también tener la fortaleza suficiente para enfrentar los embates de la naturaleza, los ataques de otros integrantes del reino animal y las agresiones de aquellos semejantes ajenos a su círculo de familia.

Durante los primeros tiempos, tal finalidad llevó aparejados obstáculos que fueron surgiendo derivados de sus necesidades para sobrevivir, la alimentación, por ejemplo, que obligó a buscar alternativas viables y seguras para establecerse en un lugar determinado y de esta forma ir abandonando el peregrinar constante casi desde el inicio del uso del razonamiento.

La travesía no ha sido fácil, los más grandes desencuentros los ha tenido el hombre con sus iguales, con aquellos que como él han buscado tener el poder sobre las cosas y las personas.

Así tenemos aquellos casos en los que la disputa fue por el control de los bienes, las propiedades, el linaje y las familias; ejemplos claros son aquellos casos en los que el linaje de las casi extintas monarquías fue el motivo principal de la lucha entre familias.

Cuando las cosas estaban casi definidas y los controles de los bienes, territorios y linajes por fin se habían pactado, llegaron diferentes motivos de discordia. Las dos guerras mundiales contribuyeron no sólo a la destrucción de cosas, sino también a una hecatombe en la estructura de los núcleos más representativos de la sociedad.

Después de un largo proceso de restitución de los grupos que forman la sociedad, entramos a un camino en el que la convivencia tomó su rumbo avanzando sin detenerse, recibiendo y enfrentando sólo aquellos efectos que por naturaleza no dejan ni dejarán de suceder.

Llegamos a las cercanías de la época actual, en la que pocas cosas de gran impacto sucedían, en la que contados eran los sucesos que afectaban de manera masiva a grandes cantidades de personas.

Pero hace su aparición la hecatombe más grande de todos los tiempos, aquella que sin aviso llegó para cambiar la dinámica a la que estábamos acostumbrados, en la que la constitución de una familia había venido cambiando su rostro con nuevas formas de vivir y convivir; sin embargo, a pesar de los cambios y modificación de su integración, la sociedad avanzaba en el tiempo con rumbo cierto.

La convivencia que hoy tenemos y que, de acuerdo con la definición de la RAE, es la acción de convivir, hoy tiene otro esquema, el cual surgió a partir de las restricciones que nos orillaron a distanciarnos físicamente de muchos, pero nos acercaron más a aquellos de los que aun estando cerca nos encontrábamos lejos.

Para la reflexión: ¿nos están sirviendo de manera positiva para la convivencia los efectos colaterales de los sucesos que estamos viviendo o simplemente es algo pasajero y la convivencia regresará al pasado como se encontraba?

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