Doña Mirna, orgullo de mujer y madre

Jacinto Herrera León: Doña Mirna, orgullo de mujer y madre.

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Todavía recuerdo esas mañanas cuando apenas destellaban los primeros rayos del Sol, y me despertaba el trajín en la cocina y el olor de aquellos huevos revueltos que de forma exquisita preparaba doña Mirna, para sus cinco hijos y don Chinto, como parte de las tantas actividades desarrolladas previa ida a la escuela, o al trabajo, según el caso.

Esa SEÑORA con mayúsculas, es mi madre, quien gracias al creador me ha permitido disfrutarla en su onomástico número 87. Que hermosura de mujer, a quien el orgullo femenino de manera alguna se le quita, baste decirles que previo a su último ingreso en conocido nosocomio del sector salud y obligada ante el temor de perderla, insistió sin titubear en salir de “la casa de mis recuerdos en la privada de la Reforma” por su propio pie, aunque lento e inestable su andar, hasta el vehículo convertido en casi ambulancia, con su auto-aplicado maquillaje: ¡cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia!

Me tiembla mano cuando escribo esto y lagrimo, sólo de recordar cómo dejaba el alma –sin importar recursos- más allá del fruto obtenido de su trabajo para festejarnos nuestros cumpleaños. No podía faltar el “Teatro Guiñol”, los tamalitos hechos en casa, el pastel y los refrescos de fruta. Toda “la privada estaba en la fiesta”, Jorge, Magda, Beto, Fernando, Henry, mis brothers… ¡todos! Importándole la cara adusta de mi Padre que no siempre aprobaba esos consentimientos para el retoño.

Que orgullo sentía al final del año en el Colegio Montejo, cuando se acostumbraba entregar reconocimientos a las mejores calificaciones en aprovechamiento, conducta y asiduidad, asignando sendas “medallas”, que para nosotros tal vez poco representaban, pero para ella eran guirnaldas de triunfo, que, con una sonrisa de triunfo, te llevaba hasta el pódium para colocártela: ¡cómo olvidarlo mami!

Eso sí, y no con agrado atraen mis neuronas -cual tortura taladrante-, los dichosos festivales infantiles de Carnaval, cuando de forma firme, sin maniobra de negociación ni el respaldo de los “derechos humanos de los niños”, te obligaba a vestirte y cantar “el torerito”, para deleite del colectivo… jajaja. ¡Hay!, que tiempos, y ahora son recuerdos escritos con letras de amor en el libro de mi vida.

Dona Mirna, de peinado encopetado e impecable vestir, fue una excelente artesana de muchas generaciones de alumnos –toda vez que fue maestra de primaria-, y de hijos que, más allá de sus errores, fueron y siguen siendo ciudadanos y profesionistas de bien.

¡Gracias Madre!, por haber sido y seguir siendo como eres; mientras el creador no disponga lo contrario. Papá y Arturo en el cielo, están y seguirán presionando a Dios para que te continue dejando como faro y guía que ilumine y mantenga junta a la familia Herrera León. José, Mirna, Luis y Yo, haremos nuestra parte en este planeta que alberga tu santa existencia. ¡Felicidades doña Mirna y querida Mamá!

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